A finales del siglo XV y comienzos del XVI una cierta estabilidad política acelera la marcha de la nobleza del campo a la ciudad. A partir de ese momento se puede hablar del pazo como un modo de vida señorial en el campo, en el que la hidalguía inicia su trayectoria existencial asentada en dos pilares: el foro y el señorío.
| Pazo de los Lira, Bouzas (Vigo) | El sistema foral permite a esta hidalguía controlar las propiedades eclesiásticas o nobiliarias y recaudar los tributos cuyos beneficios son, en ocasiones, más importantes que los obtenidos de sus propiedades directas.
La historia del señorío de los pazos nace con su fundación y pervive en el tiempo gracias al mayorazgo. Apenas repercute en lo económico pero tiene un gran poder coactivo pues interviene en el nombramiento de jueces, alcaldes, escribanos y alguaciles.
La estabilidad de este esquema socioeconómico hace que perdure hasta el siglo XIX, momento en que sus bases se tambalearán por tres causas: la suspensión de la transmisión de los foros, la abolición de los señoríos y sus privilegios por las Cortes de Cádiz en 1811, y el proceso desamortizador que a lo largo de la centuria irá poniendo a la venta el patrimonio eclesiástico.
Como señala Ramón Villares Paz "Los pazos y casas fuertes se convierten ahora en simples lugares de veraneo o en casas de labranza y centros de explotación a los que accedió el "americano" enriquecido, el casero andaluz, el ahorrador o, más frecuentemente, el administrador de las cuantiosas rentas que ahora se liquidaron".
Durante el siglo XIX los pazos siguen estando en manos de una clase socialmente destacada que temporalmente, o de forma continuada, se introduce en el ámbito rural; pero con una radical y decisiva diferencia: vive alejada del entorno campesino. Por ello se fija el límite final de la cultura pacega en los primeros decenios del siglo XIX, aunque a lo largo de la centuria e incluso a principios del siglo XX se construya algún edificio más.
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